Cuando se pregunta a pacientes de Trastornos de Conducta Alimentaria por qué han tardado meses en buscar ayuda, suelen responder que creían ser responsables de sus síntomas, que intentaban mejorar por sí mismos, y que estaban tan avergonzados que no podían darse cuenta de que sus conductas estaban determinadas por la enfermedad.
En esta actitud de los pacientes podemos ver el reflejo del entramado de prejuicios que nuestra sociedad alienta hacia estos trastornos, vistos como incomprensibles, intratables o absurdos, además de voluntarios o deseados por los enfermos.
Como hemos comentado anteriormente en este blog, existe una gran cantidad de bibliografía que, bajo el nombre genérico de «estigma volitivo», muestra que esta línea de pensamiento empeora la calidad de vida de los pacientes, dificulta la prevención de los Trastornos de Conducta Alimentaria y en ocasiones impide el acceso al tratamiento.
¿Puede la divulgación científica combatir el estigma?
Algunos autores consideran que los aspectos genéticos y neurobiológicos desvelados en el siglo XXI (gracias a la investigación y la aplicación de nuevas tecnologías médicas) no debieran permanecer dentro de los límites de la prensa especializada. Son partidarios de desarrollar campañas que, al referirse a los Trastornos de Conducta Alimentaria como enfermedades mentales de base cerebral, contribuyan a que la población posea una visión más médica, respetuosa y seria de la Anorexia, la Bulimia y el resto de patologías alimentarias.
Quienes se oponen a este punto de vista esgrimen argumentos igualmente válidos, ya que entienden que informar de avances científicos que no se traducen en tratamientos igualmente avanzados es irrelevante y podría (paradójicamente) favorecer el desconocimiento. Piensan que lanzar un mensaje que sitúa las causas del trastorno totalmente fuera de la voluntad del paciente daría lugar a una disminución de su motivación para curarse o una mayor desesperanza ante los obstáculos que surgen en el tratamiento. Además, una visión centrada en el cerebro ensombrecería la importancia que tienen los factores psicosociales o culturales en la emergencia y el mantenimiento de estas patologías. Los terapeutas deben continuar activando los recursos del enfermo para que aprenda conductas incompatibles con la enfermedad.
Aunque parece deseable crear una comunicación fluida entre la sociedad y lo que descubre la comunidad científica, la prudencia obliga a reflexionar acerca de las consecuencias, porque, aunque sabemos cada vez más acerca de los mecanismos biológicos que subyacen a la Anorexia, la Bulimia y otros trastornos, la terapéutica, desgraciadamente, no avanza a la misma velocidad.
Entrada original en el blog de la Unidad de Trastornos Alimentarios de QuirónSalud Madrid.